Mi egocentrismo y la pandemia
(Foto tomada de internet)
“El virus llegará tarde o temprano a Yucatán”, fue determinante la frase del secretario de Salud, Mauricio Sauri Vivas el 9 de marzo de 2020.
Tuve la esperanza de que fuera posible evitar la llegada de coronavirus (Covid-19) a este estado que me adoptó desde hace casi cinco años.
El 11 de marzo circuló la noticia sobre la declaración de pandemia por la Organización Mundial de la Salud (OMS). Escéptica continué con mi ordinaria vida. Acudí a la escuela y trabajé con normalidad.
Dos días después, la Secretaría de Salud de Yucatán confirmó el primer caso en el estado y para el 14 de marzo, la Secretaría de Educación Pública (SEP) informó la suspensión de clases en todos los niveles.
Para entonces, mi egocentrismo fue tal, que agradecí una pausa, un respiro entre esta rutina que implica trabajar y estudiar al mismo tiempo.
Desde ese momento, la ‘fiesta’ comenzó para mí entre el juego a escribir y adaptar la modalidad del trabajo completamente a lo virtual.
En mi vida siempre anhelé el homeoffice y el momento había llegado. Desde mi pequeño universo ¿qué más podía necesitar?
Comencé a trabajar, comer, escribir, dormir, amar e inventar pasatiempos. Todo en el mismo espacio.
Las primeras semanas fueron interesantes, además que habitar mi existencia en ropa interior era liberador.
Los vicios se agudizaron, pero los dejé ser.
“Seguro como en dos semanas volvemos a clases”, pensaba, mientras disfrutaba a diario el sabor de una cerveza.
La dimensión del confinamiento me llegó casi al mes.
Fui al supermercado y por primera vez me sentí como en una película futurista mal contada.
Afuera había una patrulla y a través de un megáfono se oía: “¡Esto es una emergencia sanitaria! ¡No son vacaciones! ¡Quédate en casa!” y el audio se repetía de manera permanente.
“No te paniquees”, pensé y suspiré profundo.
Al ingresar, el mismo audio se reproducía en las bocinas de todo el supermercado y fue la primera vez que presté atención a los cubrebocas y las caretas de las personas.
Por primera vez extrañé las sonrisas de los demás, aunque fueran desconocidos.
Tomé entre mi pequeña compra más cervezas y vino a mí cierta culpa cuando le persona delante de mí dejó algunos productos que no pudo pagar, mientras completó monedas para el resto.
En esa fila, recibí una llamada familiar. Mi madre, al otro lado del teléfono me compartió que mi papá y mi hermano se habían quedado sin trabajo.
Fue así como ellos formaron parte de las 12 millones de personas mexicanas que salieron de la Población Económicamente Activa (PEA) para el mes de abril de 2020, de acuerdo con la Organización Internacional del Trabajo (OIT).
En ese instante comprendí que no todas las personas la estaban pasando de fiesta y que, en efecto, no eran vacaciones.
Mi madre, empleada en una frutería, dijo que sólo quedaba confiar en Dios. Asentí, fue todo.
Camino a casa, el espacio comenzó a ahogarme y aún en medio de esa sensación sabía que era afortunada.
Ahí entendí que el encierro era real y que las familias en donde papá y mamá se quedaron sin empleo y donde hay más de tres hijas e hijos, con pequeños espacios en común, quizá no la estaban pasando tan bien y tampoco era un descanso acogedor el que vivían.
La incertidumbre se hizo presente.
La ansiedad llegó y la preocupación excesiva si mi familia tendría dinero, si a mí me alcanzaría para apoyarles, si podría conservar el trabajo y así, en una espiral energética que me llevaba a llorar antes de dormir, a querer salir corriendo sin saber a dónde.
La presión en el pecho era inevitable cada mañana.
No tenía muchas opciones, más que resistir.
Mi mamá, papá, tías y tíos enfermaron a causa del virus en Tabasco.
“¿Qué puedo hacer?” Era mi pregunta diaria.
Ir a visitarles era la última posibilidad; sólo quedaba llamar y preguntar cómo seguían y aportar si se podía.
Tomé la decisión y acudí a terapia.
A mí esta decisión me salvó.
Un año después agradezco estar aquí y seguir contando con la existencia completa de mis amistades y familiares.
Sé que mi vivencia no se compara en nada con la de otras personas y lamento por aquellas familias en las que ya no están todos los miembros.
A un año, seguro el aprendizaje y agradecimiento en cada persona son distintos, pero todos importantes.
Este texto fue publicado el 03 de marzo de 2021 en: https://www.lajornadamaya.mx/opinion/83734/mi-egocentrismo-y-la-pandemia



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