La uña partida
(La uña en cuestión)
Fue en 2011, lo recuerdo bien. Bajé del autobús de segunda con destino a Ciudad de México. ‘Viajes Hilda’ se llama la agencia de donde parten rutas a bajos precios desde Tabasco a diversos puntos del país.
Sólo llevé una mediana bolsa de mano; al tomar camino hacia donde vivía, no sé de qué manera coloqué mi dedo pulgar izquierdo entre la cinta de la bolsa y mi hombro.
¡Ojo! La bolsa venía repleta y apretadita de ropa, tamales, chanchamitos (tamalito típico de Tabasco), pozol, dulce de coco y seguro otros alimentos que evocan a la nostalgia del lugar en donde naciste.
Volviendo al asunto de la uña, al ser colocada de la manera que no sé cómo explicar escuché que tronó, pero además del sonido, el dolor que sentí fue entre eléctrico y ‘entumecedor’ desde el mismo dedo hasta la altura del hombro.
No se notó al inicio, pero minutos después apareció una ligera línea horizontal de color blanco, desde la raíz de la uña hasta la punta.
Pensé lo común: se me quebró y seguí con mi día, seguí con mi vida.
Sin embargo, nunca creí que ese quiebre duraría ya 10 años…10 años que mi uña siempre ha crecido partida, siendo la misma, pero separada en dos.
Todo este tiempo me acostumbré a ver cierta grieta en esta parte de mi cuerpo, no dolía, sólo tenía la certeza de su existencia.
2011 fue un año de autoconocimiento, intento de independencia, apropiación de ideología, búsqueda, cuestionarme el rumbo, de muchas risas, mi primer acercamiento a la libertad y otras vivencias que las volvería a tener sin duda alguna.
En 10 años había dejado pasar un sinfín de situaciones desde entonces…me dejaba llevar por la prisa de la vida y quizá sin darme cuenta aplicaba una técnica hasta ahora reconocida como errada: suprimir todo mal sabor y continuar como si nada.
En 2020 atravesé una crisis de ansiedad, un lapso ya vivido y conocido, pero que en esta ocasión me sugirió la urgencia de atender mis emociones.
Un rasgo fue llorar sin detenerme, no saber quitar la presión del pecho que me oprimía la existencia y sentir las plenas ganas de salir corriendo sin saber exactamente a dónde. Así varios días seguidos.
Tomar terapia es una de las mejores decisiones que he tomado a mis 32 años.
Reconocí las violencias que había evadido desde mi niñez, asimilé los daños generados por mi entorno más cercano…identifiqué un victimismo cíclico, a veces ocasionado por mí misma.
Una vez reconocidos los procesos que venía sólo metiendo debajo de la cama, cual polvo sin barrer, comencé a adquirir las herramientas para perdonarme, perdonar a otros, recuperarme, poner límites y defenderme sin titubeos.
Así, 10 años después, esa uña volvió a doler como la primera vez, quizá como me dolía el alma al escudriñarme y preguntarme ¿por dónde empezamos?
Su color rojizo me anunció que estaba preparada para sanar todo lo que venía guardando desde tal tiempo.
Un año después del proceso de sanación, la uña crece unida, es como si se alineara a ese espíritu que estuvo bifurcado por años.
Hay una cicatriz por supuesto, pero su aspecto es distinto, está la presencia de una ligera sombra, aunque más sonriente, quizá como mi espíritu.
Confirmo que todos los días tenemos la oportunidad de sanar, siempre y cuando haya disposición para que suceda, hacemos nuestra parte, la terapia una más y el universo, el resto.



Comentarios
Publicar un comentario