Sobre los “pelos”: Bellos vellos.



 Cuando estaba en la secundaria, sin tener un diálogo previo, un niño me dijo: si te depilaras tal vez te miraría más las piernas. Sólo repaso haber respondido nada a su comentario y seguí con mi vida adolescente.


Por haber tenido desarrollo precoz, esos bellos vellos en mis piernas y otras partes de mi cuerpo me comenzaron a acompañar desde los 8 o 9 años; nunca me había cuestionado si se veían “bien” o “mal”; sólo estaban distribuidos en mi piel por alguna razón sabia desde la naturaleza.


Sin embargo, luego de esa escena breve comencé a observar a mis compañeras, algunas ya se depilaban, mientras que a otras chicas ni siquiera les había llegado el periodo menstrual.


Cuando ingresé a la preparatoria, ahí sí noté que era la gran mayoría de chicas que se depilaba, así que yo quería probar esa sensación de tener una piel “libre de pelos”…
Cuando le preguntaba a mamá si me podía depilar, ella decía que no, porque era “pecado”, puesto que nuestro cuerpo es el Templo de Dios y por alguna razón estaban ahí.


Entre la religión impuesta y la presión social de tener pelos en las piernas, no sabía qué tan trascendente era el hecho.


Incluso, recuerdo a otras compañeras que tampoco se depilaban y las formas de sus pelitos eran distintas y sí escuchaba comentarios como “parece hombre”.


Pasó el tiempo. Comencé a fijarme más en las formas y detalles de mi cuerpo de una manera poco sana y ahí fue cuando a uno de mis primeros mejores amigos le pedí auxilio, le dije que quería depilarme.


Entre los dos reunimos dinero para comprar una crema depiladora porque él también quería depilarse.


Cuando tuvimos la crema en nuestras manos, no dudamos en escondernos en el baño de la casa de una tía y entonces, subiendo nuestras piernas a los “tambos” vacíos de pintura que suelen haber en los hogares tabasqueños, comenzamos el ritual.

La piel era “suave” por vez primera.
Mamá llegó. Al descubrirnos nos dio la “regañiza” de la vida, a mí porque había pecado y a él por depilarse siendo hombre.


A los 21 años, una tía me preguntó si me depilaba otras partes del cuerpo, dije que no. Ella a modo de consejo dijo que a los hombres les gustan las mujeres lampiñas o libres de pelos. Así depilé otros rincones de mí, pues quería gustarle a los hombres.


Al inicio de este encierro provocado por coronavirus (Covid-19) encontré unos memes que decían: ¡Amigo, si ella no se depila en estos días, definitivamente no lo hacía para ti!… uno de los mensajes de la imagen, era dar a entender la posibilidad de que hubiera “alguien más” en la vida de la chica, pero definitivamente hay otra razón en esta situación.


Es decir, en efecto, depilarnos o no, a estas alturas del juego de la vida ya no lo hacemos por o para alguien más sino para nosotras.


Actualmente me depilo, me acostumbré así, pero hay otros sentidos claros en mi persona, sobre mi cuerpo y sobre las libertades; también amo ver las axilas peludas de las chicas de mi escuela, adoro que hasta en actos sencillos expresen su libertad de decidir.


A una amiga le dije: hay partes que sí me depilo por placer, ella me externó que aunque lo ha intentado, lo evita en gran medida porque le irrita terriblemente la piel y es algo que la hace sufrir.


Entonces ahora estoy enamorada de esas campañas que tratan de darnos a entender que si nos depilamos o no, realmente no pasa nada y si lo hacemos, que definitivamente no sea para nada por presión ajena a nuestro sentir.


¿Por qué escribo esto? Porque a pesar de que me depilo, decidí dejar que los vellitos bellos de mis piernas crezcan en este tiempo, lo cual me hizo recordar mis pelos adolescentes, lacios como mi alma.

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