Técnica "Lengua de sapo" pa' besar
Despertar a las 4:30 de la mañana: tenía que ser así porque entraba a la escuela a las 6:00 de la mañana y para llegar a tiempo debía estar en el paradero con su mamá o papá a las 5:15.
Un periodo de 45 minutos: suficiente para abrir los ojos, desayunar mientras aguantaba las ganas de llorar, bañarse, vestirse y salir corriendo de casa.
En Tabasco llueve cada tercer día (por supuesto exageramos un poco en este texto) y los deseos de no salir de cama eran comunes en ella.
El único ánimo que le quitaba el sueño matutino era el que traía el chofer del microbús que tenía un águila gigante del equipo América pintada en el techo, con luces fosforescentes que prendían y apagaban como luciérnagas psicodélicas en medio de la noche.
Daba la impresión que la madrugada era lo suyo porque movía los hombros mientras conducía y cantaba canciones de entre varios artistas, del mismísimo ídolo tabasqueño: Chico Ché.
Así que sólo, sólo cuando le tocaba abordar ese autobús, su vida miserable y adolescente cobraba significado, pues el ritmo fiestero iba quitándole el sueño de a poco.
El resto de los días no tenían ilusión y su sentido de observación se dormía mientras ella se mantenía con los ojos abiertos.
Hasta que aquella vez subió al mismo transporte un joven de nariz 'pitufada', mejillas rojas como si viviera en un sitio frío y una sonrisa como de niño frente a un helado.
Desde ese hallazgo, todas las mañanas se despertaba con el deseo de volverlo a ver.
Por el uniforme que portaba, supo que iban en la misma secundaria.
En los recesos comenzó a buscarlo con la mirada, poco a poco se acercaba más hasta que él también la tuvo en el radar.
Tomó varios meses cruzar las primeras palabras hasta que después compartieron el desayuno. Estaba viviendo el sueño.
Tras considerar las semanas suficientes, fue ella quien tomó la iniciativa para pedirle que fuera su novio. La respuesta fue tajante: seremos novios sólo si sabes besar.
Se trataba de una propuesta con mucho riesgo contenido, riesgo que decidió correr.
Las condiciones estaban dadas: una cancha de futbol, árboles de almendra alrededor, sudor adolescente por aquí y por allá, olor a cebolla morada y curtida por los panuchos que vendían cerca y las prisas correspondientes porque el receso terminaba.
Cerró los ojos, frunció el ceño, empuñó las manos rígidas, abrió la boca y sacó la lengua con rapidez como un sapo para comerse un grillo. Le succionó la lengua por instantes...rápidamente él se separó.
Ella permaneció con los ojos cerrados y sólo escuchó decir: guácala, qué asco, no sabes besar.
Y en esa frase tuvo también su respuesta.



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