Corte de caja

 (Foto tomada en Cholul)

 

 

-Sobre mis nuevos deseos y los ya cumplidos-

 

 

Los deseos 2022:

 

Solía comerme las uvas sólo por seguir la dinámica familiar, pero jamás con un deseo concreto.

 

Nunca tuve deseos o metas precisas. Incluso ahora me pregunto si las tengo.

 

 

Creo eso puede explicar parte de mi existir: cual hoja simple de un árbol cualquiera en medio de un viento a veces calmo, otras más, frenético.

 

 

Mi destino hasta ahora  es posible resultado de las oraciones de mamá.

 

 

Estoy a poco de cumplir 33 años y la vida me pide realismo. Trato de ahondar en ello.

 

 

Es así que en este nuevo año mis deseos son aparentemente simples: cuidar, cuidarme y trabajar en estabilidad emocional y financiera.

 

 

Busco la calma y creo es un buen inicio.

 

 

Mi mayor deseo cumplido: el perdón.

 

 

Tengo claro que no todas las personas accedemos a perdonar, porque por supuesto no es fácil.

 

 

Yo Itzel, quizá tengo perdones más viables,  los cuales incluso he otorgado sin que las personas se den por enteradas.

 

 

 Llevo casi ocho años fuera de la casa en la que crecí y volver siempre era resignificar todas las violencias que viví, todos los silencios que me tragué y todas las libertades que busqué, que busco y sigo buscando.

 


Cada visita terminaba en peleas o en silencios enterrados.

 

 

He puesto de mi parte y parece que mis familiares han hecho lo suyo o al menos eso me gusta creer.

 

 

 Salir de Tabasco en 2013 fue como si me sacaran de la matriz de mi madre antes de tiempo.

 

 

Ahora, siempre añoro la tierra, el acento, la gente y tal vez la cercanía física con las personas que me importan.

 

 

Irme también me hizo llorar, pero igual crecer.

 

 

Vivir en Mérida ha sido otro asunto histórico personal, entre precioso y difícil.

 

 

Aquí ha sido redescubrir el valor de los derechos humanos y retomé la fuerza para ser parte de las voces que exigen que sean respetados.

 

 

Aquí he conocido la libertad, sobre todo la mía.

 

 

Aquí me he reconocido.

 

También aquí me han nacido ya las primeras canas frente al espejo.

 

 

 Volver a Tabasco a finales del año pasado significó entonces, encontrar a un vecino que tiene como mascota un jabalí, significó que la música comienza desde las 6 de la mañana cada día y me hizo recordar que las personas hablan mucho.

 

 

Regresar entonces significó igualmente incomprensión, una que ya sonrío, una que, si no abrazo, al menos mantengo en distancia.

 

 

Llegar a Tabasco, después de ocho años, fue para mí no criticar por primera vez las costumbres en las formas y en las familias.

 

 

Comprendí que ahora arribo entonces a un territorio que quizá el perdón me ha permitido verlo más verde, más agua y más voz.

 

 

(Siempre me identifico con eso, con lo más verde, con lo más agua).

 


Siempre lloro y llorar es el acto más honesto del ser.

Antes lloraba de dolor, coraje e impotencia; esta vez lloré de gozo y paz.

 

Volví a casa y la rebeldía casi, casi se deshizo y digo ‘casi’ porque sigue existiendo, pero es quizá más empática con las historias y los procesos ajenos.

 

 

Llegué a casa y pude dormir como cuando fui adolescente.

 

 

Llegué para coleccionar nuevas imágenes, nuevos videos en la memoria y uno de ellos con el rostro de mi padre y de mi amiga Viviana, testiga fiel de mi transformación interna.

 

 

 

Llegar a casa también fue detenerme y agradecer.

 

Este último viaje fue el recorrido del tiempo frente a mis ojos.

 


Los años a distancia me han enseñado a callar sin juzgar, a observar y tratar de comprender aunque no entienda en el proceso.

 

 

De esta manera concluyo que uno de mis deseos importantes cumplidos ha sido entonces perdonar, perdonarme.

 

 

Agradezco esta oportunidad que me he dado.

 

 

 

 

 

 


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