Entre Patastal y Tecolutilla.
(Obra: Nath Chipilova)
Los pantalones de
David:
Siempre descalzo; así dice que
puede sentir la humedad y/o el calor de la tierra.
Usa pantalones de color café,
incluso pareciera que sólo tiene uno, pero siempre tiene más de los que una
cree.
David es sastre y lo es desde que
aprendió viendo costurar a su madre, quien se dedicaba a ello para dar el sustento a 10 hijos.
Él era el menor de los hermanos y
el que quizá tuvo tiempo de convivir un poco más con su madre, aunque sólo
hayan sido ocho años.
Al ser el menor, sus hermanos ya
obtenían mayores ingresos siendo capataces de ranchos aledaños, cuidadores de
ganado o bien, vendiendo lo que cultivaban en sus terrenos.
Fue así que David disfrutó de sus
primeros ocho años junto a su madre, quien además de realizar ropa para las
mujeres del pueblo, hacía los uniformes para la poca niñez que iba a la escuela
y para los hombres, mayormente elaboraba overoles.
Al fallecer su madre, sus
hermanos le dijeron que debía abandonar la escuela y que se encaminaba a ser ya un hombre que supiera del campo.
De esa manera, él con lo poco que
sabía, continuó practicando la costura.
Hoy, a sus 80 años, no ha
comprado ni un solo pantalón, pues no ha habido la necesidad.
Cuando llueve, sólo los acompaña
con unas chanclas que él mismo hizo con hule y mecate, las cuales ha reparado
sólo en dos ocasiones a lo largo de 10 años.
Dice que entre más tierra tienen,
más fuertes se hacen.
Aunque tiene camisas de diversos
colores, casi siempre elige las azules. Eso sí, las camisas no se las hace él,
sino acude a la cabecera municipal a comprarse unas guayaberas, pues dice que
son más lujosas si mejor las compra.
Tiene una severa manía de olerlas
antes de comprarlas y la que le agrade más en su aroma, esa es la siguiente que
está en su clóset, el que también construyó cuando se casó con Herminda.
Tampoco es que tenga tantas, pero
tiene suficientes para no repetir de un domingo a otro.
Conforme sus guayaberas se van
envejeciendo, él comienza a usarlas para el trabajo diario, pero a diferencia
de las demás, las usa desabotonadas.
Tiene sólo dos sombreros, dice
que el de las alas más grandes es para la lluvia y el de las más cortas, es
para toda ocasión.
Son de color paja ambos, sólo que
uno también tiene una cinta que él conserva de un vestido de su madre.
A todas partes va con su machete
en mano, el cual afila todas las tardes como si le rezara a un dios mientras lo
hace.
Él se traslada en bicicleta a
todos lados y por cierto, la que usa tiene más de 30 años, por lo que afirma que
es mejor usar bicicleta que un caballo, además porque no muere y tampoco se
encariña tanto como con un animal.
Una vez, cortando leña, encontró
un conejo, aseguró que se lo llevaría para comer al día siguiente, pero aún
recuerda los ojos rojos con los que lo miró y desde ahí dijo enamorarse.
Al inicio lo ató de sus patitas
traseras a la carreta que arrastra con esa bicicleta, pero se arrepintió y lo
soltó.
Para su sorpresa el conejo lo
siguió.
Es así como desde hace cinco años
vive con él.
Desayunan todas las mañanas y es
la mejor compañía desde que su esposa murió.
Sus hijos le visitan cada fin de
semana y puede convivir con sus nietas y nietos.
Les enseña a cortar mangos,
naranjas, limones, coco, castañas, guanábanas y les muestra cada punto del
jardín de madriago, porque es la principal siembra del lugar.
Cada noche, antes de dormir,
apaga las velas que están a su alrededor pues dice que no necesita más que la
luz del sol para habitar su espacio.
David se considera un hombre tranquilo, calmo y con una vida
amena.
El conejo duerme debajo de su cama, siendo dos seres
solitarios que se abrazan la existencia.



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